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Cooperación de proximidad: cuando la ayuda al desarrollo se convierte en cortafuego geopolítico

Septiembre de 2025
Durante años dimos por hecho que la cooperación internacional era un proyecto universal: con objetivos compartidos, foros globales y grandes bancos multilaterales empujando en la misma dirección. Hoy, el mapa cambia. Los fondos dedicados a ayuda oficial al desarrollo (AOD) caen vertiginosamente, grandes programas se cancelan e instituciones históricas se desmantelan (USAID, Crown Agents). Pero hay un cambio más sutil y peligroso: la ayuda se regionaliza, las condiciones se endurecen y sus objetivos se redirigen.


La ayuda oficial global cayó en 2024 un 7,1% real. La OCDE proyecta una nueva caída en 2025, entre el 9% y el 17%, y un descenso acumulado del entorno del 25% a 2027, si se cumplen los recortes anunciados por varios donantes. El golpe no será simétrico: el ajuste golpeará especialmente en los Países Menos Adelantados y África subsahariana ( 13% a 25% y 16% a 28% en 2025, respectivamente), con salud retrocediendo hasta un 60% respecto al pico de 2022. No se trata de un cambio de estrategia en la ayuda humanitaria ni una reformulación de los planes de ejecución, es cuestión de un cambio estructural en las prioridades y objetivos de las potencias globales.

La AOD se empieza a concebir como un cortafuegos para que las crisis no crucen la frontera del donante y se mitiguen los shocks: contener flujos migratorios, asegurar rutas, blindar suministros estratégicos, aplacar los grupos violentos y reducir la inestabilidad política regional. Ese giro explica por qué suben los paquetes para vecinos "críticos" y caen los flujos hacia regiones remotas. La estrategia geopolítica se sobrepone a la ayuda humanitaria.

Este rediseño no solo cambia a dónde va el dinero, también cambia cómo se ejecutan esos fondos. La "letra pequeña" se endurece, se exigen más colaterales y se fragmentan los procedimientos según el bloque y el instrumento, dificultando la compatibilización. Además, sube significativamente el peso de los préstamos: la UNCTAD documenta que, en 2022, los préstamos ODA crecieron +11% mientras las donaciones caían 8%. Especialmente, la UE ha dado un giro completo en su política, asignando por primera vez en 2023 más fondo a préstamos que a donaciones, en la línea con la política de los bancos de desarrollo.

Distribución de donaciones y préstamos en AOD
Fuente: Afi, OCDE

El motivo de este viraje, como en la mayoría de los eventos geopolíticos, no responde a causas simples, sino a una suma de dinámicas que se refuerzan entre sí. En primer lugar, la fragmentación estratégica y la competencia entre bloques están reordenando las prioridades, deshilachando la cooperación desinteresada y desplazando al idealismo para dar paso al realismo: la ayuda deja de ser neutral y pasa a ser un instrumento de influencia. Además, el auge de los conflictos cercanos y prolongados elevan el coste político de la inacción, empujando a los gobiernos a priorizar lo inmediato frente a lo distante y a dedicar recursos para protegerse de un entorno cada vez más inestable. Por otra parte, los presupuestos nacionales están bajo presión (defensa, envejecimiento poblacional, transición verde, inflación), lo que alimenta la fatiga con los compromisos multilaterales y abre espacio a discursos más nacionalistas y políticas más proteccionistas. Y, por último, los conflictos comerciales refuerzan la lógica de seguridad económica en un entorno donde la guerra es híbrida y trasciende lo militar; la cooperación se convierte en una herramienta de las políticas de nearshoring y friendshoring, orientada a proteger cadenas críticas y reducir vulnerabilidades.

En este contexto, no extraña que una parte notable de la AOD se quede dentro de las fronteras del donante como coste de acogida de refugiados (≈13% en 2024), ni que se multipliquen los pactos con países bisagra del vecindario. Los ejemplos se amontonan: la UE elevó su relación con Egipto a "asociación estratégica" en 2024, dotando un paquete de 7.400 millones de euros para estabilización macro, energía y gestión migratoria; con Túnez firmó en 2023 un memorando con la movilidad en el centro; y con Mauritania lanzó un partenariado migratorio para frenar salidas hacia Canarias. La lógica es transparente: pagar cerca para contener riesgos.

En América, Washington ha armado la Americas Partnership (APEP) para atraer inversión y acercar manufacturas al mercado estadounidense. La APEP no es AOD, sino un marco económico-estratégico de nearshoring y cadenas críticas: sin embargo, utiliza instituciones y fondos que contabilizan como cooperación. Estamos viendo una transformación de la ayuda al desarrollo hacia el estilo chino: inversiones que mejoran las infraestructuras y recursos de regiones cercanas, pero siempre con objetivos estratégicos en mente. A su vez, Pekín, tras la década de los megaproyectos, ha virado hacia iniciativas "small and beautiful" y a un control financiero más férreo (cuentas escrow y préstamos colateralizados), mientras prioriza la seguridad de corredores como CPEC-Fase II y la nueva línea China-Kirguistán-Uzbekistán.

Aún es pronto para asegurar qué impactos tendrá esta tendencia, especialmente sin conocer la profundidad de la fragmentación y regionalización que sufrirá el entorno geopolítico en la próxima década. Sin embargo, es razonable asumir que los fondos se concentrarán cada vez más en las regiones vecinas a los hegemones (Magreb y Este de Europa para la UE; México y Centroamérica para EE.UU.; Sudeste asiático y África oriental para China). Mientras, regiones más lejanas que no dispongan de valor estratégico propio (rutas logísticas, minerales raros, energía) tendrán acceso a menor cantidad de ayudas, con menor concesionalidad neta, más préstamo y mayor condicionalidad geopolítica.

Donde haya vacío de financiación e influencia, emergerán los hegemones regionales con agenda propia, impulsando aún más la fragmentación internacional.

Además, el mayor peso de préstamos y colateralizaciones supone un aumento del endeudamiento de los países receptores y un mayor riesgo de condiciones abusivas o de relaciones de dependencia. Cabe esperar primas de riesgo y diferenciales soberanos más altos, mayor dolarización del pasivo y presiones cambiarias, así como recortes procíclicos para cumplir covenants, que erosionan el crecimiento potencial. El sesgo hacia proyectos de interés para el donante reorientará el capex hacia corredores logísticos, energía y control fronterizo, mientras las regiones sin activos estratégicos verán caída de pipeline y crowding-out del capital privado. Para empresas e inversores, esto implica más dispersión entre países, volatilidad en commodities usadas como garantía y riesgo legal; al mismo tiempo, el friend-shoring abrirá nichos en manufactura ligera y servicios en países cercanos. En suma, la cooperación de proximidad reordena el mapa de riesgos y oportunidades: ganan los vecinos críticos del hegemón; pierde la periferia remota.


Raúl Viñas, analista de Afi