Conflictos actuales: desafío a la estabilidad financiera global
Septiembre de 2025
Ucrania: epicentro de la fractura global
La invasión rusa de febrero de 2022 abrió un conflicto que, tres años después, sigue sin resolución. El fracaso ruso en lograr una conquista rápida se ha transformado en una guerra de desgaste, con trincheras, artillería y un alto coste humano que recuerda a una versión, con alta tecnología, de la Primera Guerra Mundial. La dependencia de Kiev respecto al suministro occidental de armas y financiación es absoluta, mientras Rusia mantiene el pulso apoyada en su capacidad productiva y en la asistencia de países como China, Irán o Corea del Norte.
Las consecuencias económicas han sido profundas: Europa, altamente dependiente del gas ruso, se vio forzada a girar hacia el gas natural licuado de Estados Unidos y Qatar. El precio del gas llegó a multiplicarse por diez en 2022, disparando la inflación y forzando al BCE a endurecer su política monetaria. El vínculo entre seguridad energética, precios y tipos de interés se hizo evidente.
Al mismo tiempo, el gasto militar europeo se ha disparado: Alemania va a convertirse, una vez materializados sus planes de defensa, en el tercer inversor del mundo en este epígrafe, tras EE. UU. y China. Polonia ya dedica más del 4% de su PIB a defensa y otros países, incluida España, se ven presionados a aumentar sus presupuestos militares, aunque con un margen fiscal mucho menor.
El frente militar refleja un equilibrio precario: Ucrania logró avances en 2022, pero, desde 2023, la línea de batalla se ha estabilizado. El conflicto ha introducido nuevas dinámicas tecnológicas: uso masivo de drones, guerra electrónica y sistemas de defensa aérea avanzados. Todo ello redefine el concepto de defensa europea y anticipa la necesidad de una inversión sostenida.
La prolongación del conflicto mantiene abiertas incógnitas estratégicas. La reciente negociación en Alaska, entre Estados Unidos y Rusia, ha evocado el recuerdo de Múnich, 1938: acuerdos parciales a espaldas de la parte invadida que podrían derivar en futuros conflictos de mayor envergadura. El paralelismo histórico (Putin como Hitler, Trump como Chamberlain, Ucrania como Checoslovaquia, el Donetsk como los Sudetes... y sin un Churchill a la vista) refuerza la idea de que Ucrania no es solo un asunto local, sino el epicentro de una fractura global que reabre la lógica de bloques propia de la Guerra Fría.
La OTAN y la incondicionalidad estadounidense
La llegada de Trump a la Casa Blanca ha alterado el equilibrio transatlántico. Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar -de hecho, el único país capaz de llevar una guerra convencional de alta intensidad a cualquier parte del globo-, pero su compromiso con la OTAN ya no parece incondicional. Washington exige a los europeos un mayor esfuerzo presupuestario, con objetivos de gasto en defensa que alcanzan hasta el 5% del PIB de manera rápida. No es solo una cuestión de seguridad: también responde a un interés económico, al mantener a la industria armamentística estadounidense como proveedor central de Europa, especialmente en armamento clave, como aviones de quinta generación (F-35) o sistemas antimisiles que el Viejo Continente, actualmente, no produce.
Las implicaciones para los mercados son evidentes. Primero, una presión creciente sobre los presupuestos europeos, que deberán elegir entre gasto social y militar en un momento de consolidación fiscal. Segundo, tensiones potenciales en los bonos soberanos, sobre todo en países con elevado nivel de deuda. Y tercero, la revalorización bursátil de las compañías vinculadas a la defensa, tanto europeas como norteamericanas.
El condicionamiento del apoyo militar a Ucrania añade un elemento de incertidumbre adicional. Europa debe enfrentarse a la posibilidad de que la seguridad en su flanco oriental dependa cada vez menos del paraguas estadounidense y cada vez más de sus propios recursos.
Oriente Medio: la chispa que puede incendiar los mercados
El segundo gran foco actual de inestabilidad se sitúa en Oriente Medio. La ofensiva israelí en Gaza, tras los ataques de Hamás, ha reabierto una espiral de violencia en la región. Pero lo relevante no es solo la magnitud del conflicto actual, sino el riesgo de escalada. El papel de Irán, con su apoyo a Hizbolá y otros proxys, convierte cualquier movimiento en una amenaza regional de primer orden.
Por ahora, el impacto en los mercados energéticos ha sido limitado, lejos de lo ocurrido en Ucrania. Pero la posibilidad de un choque directo entre Israel e Irán introduce un riesgo muy evidente: alteraciones en el precio del petróleo que afectarían de inmediato a la inflación global. Conviene recordar que, históricamente, cada crisis energética ha anticipado una recesión en Occidente.
Irán, pese a las sanciones, conserva un peso geopolítico esencial por sus reservas de petróleo y gas y su posición en el estrecho de Ormuz, punto crítico para el comercio mundial de crudo. El conflicto, por tanto, no se limita a lo militar, sino que afecta a rutas comerciales, seguridad marítima e infraestructuras estratégicas. La diplomacia internacional -con Estados Unidos y Arabia Saudí como actores clave- será determinante en la gestión de este polvorín.
Conclusión: economía en clave geopolítica
El denominador común de los conflictos actuales es la militarización de la política económica. El gasto en defensa se sitúa en niveles récord, en torno al 2,5% del PIB mundial, con Europa protagonizando un cambio histórico. Como ejemplo, España ha casi triplicado en cinco años su gasto en defensa, en términos nominales. La OTAN redefine su arquitectura bajo la lógica de corresponsabilidad financiera, y la seguridad energética condiciona la agenda macroeconómica.
Para los inversores, la lección es clara: la geopolítica ha dejado de ser un ruido de fondo. Se ha convertido en una variable estructural, capaz de alterar las expectativas de inflación, tipos de interés y flujos de capital. A su vez, las restricciones económicas condicionan la capacidad militar y diplomática de los Estados. Esta interdependencia marca el nuevo orden internacional y define, en última instancia, el marco de referencia para quienes invierten y gestionan capital.