Un nuevo orden, una nueva economía
Septiembre de 2025
Este reequilibrio está alterando precios relativos, márgenes y decisiones de inversión. Y lo hace, además, en un entorno de economía política más áspero, con polarización negativa, populismos al alza y un deterioro de los consensos que facilitaban la adopción de decisiones racionales a largo plazo. A ello se suma un mercado laboral en plena transición ¿competencias que no se ajustan con rapidez a la demanda tecnológica¿ y una demografía que envejece, lo que endurece la asignación de recursos y el pulso distributivo.
En paralelo, la IA acelera el cambio tecnológico y reconfigura la frontera de posibilidades de producción. Como tecnología de propósito general, su impacto llega en dos tiempos: a corto, dispara el CAPEX en chips, cloud, centros de datos y redes -con mayor demanda energética-, concentra poder donde hay escala y disponibilidad de datos y agranda la brecha de habilidades. A corto plazo, implicaciones al alza sobre costes de factores y del capital; a medio plazo, esperanza de "curva J" de productividad con beneficios desiguales entre países, sectores y compañías. La pugna por la soberanía digital (chips, datos, ciber) añade, además, una capa de fragmentación regulatoria.
La historia sirve para constatar que las alteraciones al orden establecido no detienen el progreso, aunque sí lo tornan en más irregular. La tendencia del l PIB per cápita mundial sigue siendo ascendente desde mediados del siglo XIX. No deberíamos temer el cambio en sí, sino gestionar bien el proceso de transición. El problema es que, hoy, casi todos los vectores empujan en la dirección de encarecer el capital y recortar la "desinflación fácil" que durante décadas proporcionó el libre comercio y la globalización. La política fiscal está mutando: con desigualdades crecientes, productividades estancadas y Estados del bienestar exigidos, un aumento de déficits y apalancamiento parece inevitable. Esa combinación puede volver a alterar el equilibrio entre ahorro e inversión y encarecer el coste del capital, dejando tipos de interés reales más altos y una prima por plazo más "pegajosa" en las curvas de tipos.
El cambio climático actúa como multiplicador. La transición implica convivencia de energías fósiles con inversión en renovables y redes, donde los cuellos de botella en componentes, permisos y financiación son trabas evidentes. Aumentan los episodios climáticos extremos, y con ello los costes de prevención y mitigación. Más ingredientes para un contexto de tipos más altos y una inflación más volátil.
En los últimos meses hay novedades en el frente internacional. Por un lado, la agenda arancelaria de Trump ha dejado de ser mero ruido para convertirse en arquitectura: paquetes base y capas bilaterales que reordenan los incentivos de inversión, aceleran el near- y friend-shoring y encarecen la logística y el cumplimiento normativo. No hace falta entrar en el detalle por país para entender la señal: la seguridad y la soberanía vuelven a pesar más que la pura eficiencia. La consecuencia inmediata es una reasignación de la inversión hacia redundancias, inventarios de seguridad y relocalizaciones puntuales; y, por tanto, menor elasticidad de la oferta global ante shocks.
Un segundo vector lo encontramos en las fricciones de EE. UU. con India. Aun siendo socio estratégico en tecnología y defensa, la relación se ha vuelto más transaccional: aranceles, energía y contenciosos políticos tensan el vínculo, que puede trasladarse con rapidez a precios, plazos y decisiones en cadenas de farma, textil o TI. La moraleja es clara: incluso entre "aliados preferentes" la política comercial se condiciona a prioridades domésticas de seguridad y legitimidad.
El tercer frente es la guerra de Ucrania, que se ha estabilizado sin desenlace a la vista, pero con una escalada de capacidades a distancia y una defensa europea que pretende rearmarse de manera dramática, a golpe de inversión y gasto. Sin resolución, la prima geopolítica persistirá en energía, fletes, seguros: un tablero logístico más frágil. Europa, muy dependiente de esa logística y de las importaciones de energía, debe seguir consolidando interconexiones, almacenamiento y diversificación de suministros. Es posible que el precio de la seguridad se pague con algo menos de crecimiento potencial a corto plazo.
El último vector de potencial disrupción lo encontramos en las presiones públicas de la Casa Blanca sobre la Reserva Federal: intentos de condicionar recortes de tipos, remodelación del Board y cuestionamiento de algunos de sus miembros. El mero ruido político deteriora la percepción de independencia de la Fed, eleva la prima por plazo en la curva de tipos y eleva el coste de capital global vía depreciación de un dólar al que el socavamiento de las bases del excepcionalismo de los EE. UU. sitúan en terreno resbaladizo.
Con todo, el "shock de fragmentación" se hace más concreto. Aranceles crecientes y tensiones por tecnología y datos implica producir menos donde es más barato y más donde existe seguridad o alineamiento político. Manufacturas, comercio internacional y finanzas son los sectores más expuestos a la fragmentación. Otros, más inerciales -agricultura, sectores públicos, inmobiliario- lo son menos.
La suma de gasto en defensa, transición energética, relocalización parcial y coste financiero más alto tiende a reducir el PIB potencial, a la vez que eleva la volatilidad de la inflación. A la luz de ello, el debate útil ya no es si regresaremos a los tipos ultra-bajos y a la desinflación, sino cómo debemos navegar un régimen con precios relativos más "políticos", primas de riesgo más elevadas y mayor dispersión entre países y sectores.
Para Europa, el desafío es doble. Debe responder al proteccionismo "inteligente" estadounidense sin caer en soluciones rentistas, y articular una política industrial que premie la escalabilidad y productividad -no la captura regulatoria- mientras avanza hacia la autonomía energética. La interacción entre su agenda climática y la comercial (CBAM, automoción, bienes de equipo) tensionará relaciones con socios clave y exigirá compensaciones internas. Una Fed menos independiente podría elevar la volatilidad de las curvas de tipos a este lado del Atlántico -por pura correlación- y encarecer el empujón en inversión productiva y refinanciación de la (enorme) deuda pública con que cargan varias de las economías más importantes de la UE.
¿Y las empresas? La conclusión práctica es clara: no estamos ante un shock pasajero, sino ante un parámetro del plan. El coste financiero exige recalibrar el WACC y los umbrales de inversión; la fiscalidad y los aranceles obligan a introducir cláusulas de traspaso y dual pricing por destino; la logística pide proveedores duplicados, acuerdos con contingencias y más inventario crítico; y la gobernanza debe integrar sanciones, ciber y reglas de datos en la estrategia. La prioridad del CAPEX gira desde la optimización "just-in-time" a la resiliencia "just-in-case", con eficiencia energética y gobierno del dato como palancas de competitividad en un mundo de costes de capital más altos.
Nada de esto equivale a un colapso. La globalización no muere: se reescribe con fronteras más visibles, arbitrajes distintos y jerarquías nuevas. La disyuntiva real no es apertura frente a cierre, sino qué grado de integración es compatible con las exigencias de seguridad, legitimidad democrática y estabilidad macro. Bien gestionado, el relevo sostendrá el progreso. Pero exige aceptar que los viejos atajos -desinflación por importaciones baratas, crédito barato, externalidades de seguridad al vecino- ya no están disponibles. El mundo que viene será más caro y politizado, sí, pero también más consciente de sus riesgos. La tarea de gobiernos y empresas consiste en ganar margen de maniobra: consolidar cuentas públicas sin penalizar la inversión productiva, preservar la independencia de los bancos centrales, priorizar escalabilidad y tecnología en la política industrial y construir cadenas de valor y logísticas adaptables a varios estados de la naturaleza. Sin poder adivinar un único camino, debemos dotarnos de resiliencia para transitar por varios escenarios sin perder el rumbo.