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El nuevo desorden de la sostenibilidad: entre la fragmentación regulatoria y la miopía estratégica

Mayo de 2025
En un contexto de creciente divergencia regulatoria y presión política sobre los criterios ESG, las empresas se enfrentan a riesgos operativos, desorientación estratégica y costes crecientes. Este artículo plantea cómo superar esa parálisis mediante una visión técnica y orientada al valor, basada en la identificación rigurosa de los factores ESG más relevantes para cada modelo de negocio y su integración activa en la estrategia financiera y empresarial.


Durante los últimos años, los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) se consolidaron como una extensión lógica de la gestión moderna del riesgo financiero y de la eficiencia en la asignación de capital. Su integración respondía a la necesidad de anticipar transformaciones estructurales relevantes, desde el cambio climático hasta la evolución demográfica y otros cambios relevantes. Sin embargo, el consenso técnico, que de manera creciente sustentaba esta aproximación, se ha debilitado en los últimos años como consecuencia de algunas presiones políticas e ideológicas que cuestionan su neutralidad y generación de valor.

En este nuevo escenario, se observa una divergencia creciente entre las principales economías. Europa mantiene su marco de sostenibilidad con un enfoque regulatorio robusto y estructurado, aunque confirma la necesidad de emprender un camino de simplificación que favorezca su aplicación y homogeneidad. Por otro lado, Esta fragmentación territorial entre ambos bloques económicos introduce un riesgo operativo adicional para las empresas internacionales, que deben adaptarse a normativas dispares, aumentando su exposición a incertidumbres regulatorias y estratégicas. En este sentido, la falta de estándares comunes dificulta la asignación eficiente de recursos, genera distorsiones en los mercados de capitales y eleva el coste de cumplimiento para las organizaciones.

Por otro lado, las empresas, principalmente las de tamaño mediano, se enfrentan a una situación de parálisis, todavía más compleja, ante la falta de directrices claras en el ámbito regulatorio, limitando su capacidad de anticipación y debilitando su competitividad. Si los estándares como GRI, SASB, CDP, PCAF y muchos otros dieron coherencia a las iniciativas empresariales de integración de sostenibilidad en la actividad económica y financiera, las idas y venidas de la legislación y los gobiernos la puede romper.

La fragmentación del marco regulatorio ha impulsado también la emergencia de un nuevo tipo de riesgo: el denominado "anti-ESG risk". Ignorar factores ESG financieramente materiales ¿como el riesgo climático, las tensiones sociales o la calidad de la gobernanza per se y en todos los casos y empresas¿ puede derivar en impactos adversos sobre el coste de capital, la valoración de activos y el acceso a la financiación. Supervisores prudenciales, agencias de calificación y principales inversores institucionales alertan ya de los efectos negativos que pueden derivarse de no integrar adecuadamente estas dimensiones en los modelos de análisis y decisión. No obstante, más allá de esa oposición a la consideración de los factores ESG desde una perspectiva de riesgo, también se ha empezado a observar una tendencia hacia el "green hushing". Este término hace referencia a la falta de incentivos para las empresas de expresar su posicionamiento y prácticas en materia de sostenibilidad, por el temor a las críticas y el escrutinio público, o la falta de claridad normativa.

En cualquier caso, si la sostenibilidad deja de operar como una referencia técnica común y se convierte en un terreno de confrontación ideológica, se socava uno de los principios básicos del funcionamiento eficiente de los mercados: la asignación óptima de capital. La pérdida de previsibilidad, la fragmentación de las referencias y la introducción de ruido y distorsiones afectan la profundidad y liquidez de los mercados para los activos sostenibles, ralentizando la transición hacia una economía más resiliente y sostenible, afectando de manera directa a la competitividad industrial y a la estabilidad macrofinanciera.

Ante este escenario, la respuesta de las organizaciones no debe basarse en la inercia ni en un cumplimiento formalista. La sostenibilidad debe ser incorporada como un instrumento estratégico de creación de valor. Integrar los factores ESG relevantes para cada negocio, evaluar su impacto en los riesgos y oportunidades financieras, y gestionarlos de manera activa permitirá a las empresas fortalecer su resiliencia y mejorar su posición competitiva a largo plazo.

Más allá de los cambios regulatorios o de las presiones ideológicas, el liderazgo en la próxima década pertenecerá a aquellas organizaciones que logren integrar la sostenibilidad de manera efectiva como una parte de sus estrategias corporativas. Esto implica no solo adoptar compromisos formales, sino identificar de manera rigurosa los factores ESG que sean materialmente relevantes para su modelo de negocio, medir su impacto en la rentabilidad y el perfil de riesgo, y desarrollar políticas activas para su gestión.

La sostenibilidad debe concebirse como un instrumento al servicio de la generación de valor empresarial, orientado a fortalecer la resiliencia organizativa, mejorar el acceso a la financiación, optimizar la asignación de capital y anticiparse a las exigencias de un entorno operativo, interno y externo, cada vez más incierto y exigente. Solo aquellas organizaciones que integren esta lógica de manera estructurada y basada en criterios de materialidad financiera estarán en condiciones de mantener su competitividad y de capturar las oportunidades que emerjan en un escenario global en transformación.

Claudia Antuña, socia de Afi
Ricardo Pedraz, consultor de Afi