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CUÉNTAME IV: Licencia para importar

Mayo de 2025

En varias ocasiones en 1971, ya con cierta veteranía en la Villa y Corte, participé por mor de necesidades garbanceras en una actividad muy peculiar, frecuente, por lo demás, y absolutamente consustancial al desarrollismo maduro imperante en España en aquel entonces. Con cierta frecuencia guardaba cola durante horas, por cuenta de una pequeña empresa en la que prestaba mis servicios laborales a tiempo parcial, ante la ventanilla de solicitudes de "licencias de importación" sita, creo, en una sede que tenía el Ministerio de Economía en el Paseo de La Castellana en Madrid.

La importación de materias primas, semi-manufacturas y equipos para abastecer a la incipiente industria española de los primeros años sesenta y que ésta pudiera, también, acompañar al desarrollo de la clase media con una oferta cada vez mayor de bienes de consumo, era crucial en el desarrollismo español. Pero las importaciones había que pagarlas en hard currency, no en pesetas. Es decir, pesetas no faltaban, los importadores eran solventes; lo que no había eran divisas. El turismo ya las iba trayendo, pero las necesidades de la industria y el comercio de los productos extranjeros eran enormes. Se imponía el racionamiento, el estanco y la contingentación. De ahí las colas. Y de aquellas colas estos moños...

Guardar cola no era muy estimulante, pero a mí me permitía, sin distraerme, claro, devorar literatura sudamericana y observar al personal. Casi todos éramos mancebos y segundones de los tipos que, llegado el turno, te relevaban y afrontaban al señor que había al otro lado de la ventanilla. Cuando se acercaba el momento, milagrosamente, aparecía el técnico de la empresa que había cumplimentado la solicitud y sabía cómo encararse con el funcionario al otro lado de la ventanilla. No me pregunten cómo sabía que había llegado el turno, y que el propio estaba a tres cuerpos de la meta, pero lo sabía.

Allí había "profesionales" que lo hacían por cuenta de terceros sin tener relación alguna con las empresas, a cambio de una propina, claro. También profesionales autónomos que vendían su puesto a los técnicos o mancebos que sabían de la existencia de estas subastas y llegaban oportunamente a ocuparlo. Había incluso una familiaridad y una "camaradería de cola" digna de un estudio antropológico.

En 1971, España exportaba el 13,04% de su PIB e importaba el equivalente al 12,89% de esa macromagnitud, por lo que tenía un modesto superávit comercial que daba un cierto margen para ingresar divisas en el sistema bancario, muy escasas en general como ya se ha comentado. Las exportaciones, por cierto, eran de servicios turísticos que iban, estos sí, como un cohete. En ese mismo año, Alemania Occidental exportaba el 14,50% de su PIB e importaba el equivalente al 16,23%, por lo que corría un déficit de cierta entidad que España no tenía. Ninguna de las dos podría decirse que, teniendo incluso en cuenta su tamaño, eran economías muy abiertas. Sus tasas de apertura, por ejemplo, eran, respectivamente, del 25,93% y del 30,73%. Holanda tenía una tasa de apertura en ese año del 85,39% del PIB y Singapur, una Ciudad-Estado independiente desde 1963, con 2,1 millones de habitantes, tenía entonces una tasa de apertura del 259,29%.

En 2023, más de medio siglo más tarde, España, Alemania, Holanda y Singapur, por retomar los casos antes citados, tenían tasas de apertura del 72,19%, 82,80%, 165,91% y 311,24%, respectivamente. Todos ellos, además, disfrutaban de saludables o muy saludables superávits en su balanza de pagos. El de Singapur, concretamente, era del 37,36% del PIB.

Las operaciones exteriores de las empresas se han simplificado enormemente desde entonces. En España, el paso de la autarquía reinante hasta 1959 a la liberalización de la economía gracias al Plan de Estabilización, supuso un enorme impulso económico que desató las fuerzas productivas de la industrialización y el comercio exterior, no sin el shock de la devaluación de la peseta, eje sobre el que pivotó la modernización de la economía (y la sociedad) española. En 1958, antes de la devaluación, la peseta cotizaba a 0,024 dólares (42 pesetas por dólar), pero en 1960 lo hacía ya a 0,017 dólares (60 pesetas por dólar, una devaluación del 30%) y en 1971 a 0,014 (70 pesetas por dólar).

En 1971, el Reino Unido estaba lamiéndose las heridas abiertas por la descolonización y la pérdida de su inmenso imperio apenas una década antes, que ya venía suponiendo un lastre, más que una ventaja competitiva, en un mundo hegemonizado por EE. UU., inmerso en la guerra fría con una potencia emergente destinada al colapso más estrepitoso, como era la URSS.

En la década 1961-1971, España completó su programa de industrialización disfrutando de las mayores tasas de crecimiento del PIB, la renta por habitante y el avance de muchos otros indicadores socio-económicos en toda su historia, dejando atrás la oscura etapa social y política de la primera posguerra, la autarquía económica y el aislacionismo internacional de las dos décadas precedentes.

Todavía, en la primera mitad de la década siguiente, la economía española pudo disfrutar de la inercia del periodo precedente mientras la crisis del petróleo se desplegaba antes en los países avanzados dejándose sentir en nuestro país años más tarde.

En 1971, además, se acabó la convertibilidad del dólar en oro, pasando esta divisa a ser moneda de reserva mundial y el patrón contra el que se medían las demás divisas. Lo que reforzó el privilège exorbitant (Giscard d´Estaing) del que el dólar venía ya disfrutando desde la creación del entramado de Bretton Woods en 1944.

La crisis del petróleo se inició en octubre de 1973, cuando la OPEP impuso un embargo total de petróleo a los países que habían apoyado a Israel en la Guerra del Yom Kipur, tras el ataque sorpresa de Egipto y Siria a aquel país para recuperar los territorios anexados en la Guerra de los Seis Días de 1967. El embargo duró poco tiempo, pero el precio del petróleo aumentó un 300% y no dejó de hacerlo hasta un pico del 600% en 1980 respecto a su nivel de octubre de 1973. Sus efectos barrieron todo el espectro de economías desarrolladas y en vías de desarrollo hasta pasada una década larga.

La economía española aguantó muy bien hasta mediados de los años 70 del siglo pasado. Poco después, en 1978, se iniciaba el tránsito hacia la democracia en España, en medio de una complicadísima situación económica global, inflación galopante y desempleo creciente desde bajísimas cotas de paro friccional. Hasta 1985 no pudo darse por terminada dicha crisis en nuestro país. El mundo era ya otro y España también.

José Antonio Herce es socio de LoRIS