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El viaje de las mujeres al mundo laboral: cómo llegaron a quererlo todo

Marzo de 2024
La Nobel de Economía, Claudia Goldin, analiza en su libro ‘Career and Family’ la incorporación de la mujer al mercado de trabajo a través de cinco generaciones.


Universidad de Chicago. Invierno de 1971. Dos mujeres cruzan el campus hacia el centro de computación. Cada una lleva una caja rectangular en las manos con unas fichas llenas de agujeros. Una es una profesora de economía retirada que camina con cuidado. Tiene 75 años y se llama Margaret G. Reid.

Unos pasos más atrás, avanza una veinteañera recién graduada. Viste con unas botas altas de cuero y un abrigo corto que apenas le tapa la minifalda. Cuando tenga casi la misma edad que la profesora recibirá una llamada de Estocolmo: será la tercera mujer en ganar el Nobel de economía. La primera en conseguirlo en solitario. Su nombre es Claudia Goldin.

Estas dos mujeres se vieron, pero nunca intercambiaron una palabra. En ese momento no supieron que sus vidas iban a estar tan interconectadas. Reid fue de las primeras economistas en analizar cómo las mujeres casadas elegían entre trabajar en casa o fuera ganando un salario. Goldin dedicó su carrera a analizar ese viaje en el mundo laboral que emprendieron mujeres como Reid cien años atrás.

El recorrido se puede seguir en ´Career and Family´ (Princeton University Press, 2021), que se publicará en castellano en septiembre por la editorial Taurus. Goldin lo terminó justo dos años antes de ganar el Nobel. El libro, de alguna manera, recrea la conversación pendiente con mujeres como Reid y muchísimas más: nuestras abuelas, madres, tías, primas, hermanas, hijas... Generaciones que, en su camino hacia la equidad laboral con los hombres, fueron superando barreras, recorriendo un tramo adicional de este viaje y pasando el testigo a la siguiente.

"Hemos normalizado la situación en la que las mujeres estudian, trabajan, quieren una carrera, una familia... Pero merece la pena pensar en cómo era esto hace cien años. Muy pocas madres trabajaban, lo de una trayectoria profesional era imposible. Y las que estaban entregadas al trabajo no tenían hijos y no se solían casar", apunta Goldin.

Reid tuvo que elegir: carrera profesional o familia. No se casó ni tuvo hijos. Pero ahora, por primera vez en la historia del mundo, las mujeres aspiran a tenerlo todo: carrera y familia.

El avance del último siglo ha sido espectacular y, sin embargo, todavía queda un último tramo por cubrir - el clásico problema de la última milla se replica en esta cuestión -. La equidad no se ha conquistado del todo. Entender por qué sigue existiendo una brecha salarial requiere de análisis, perspectiva, datos e historias de mujeres. En eso consiste el viaje que nos propone Goldin.

El viaje de 100 años

Nueva York, finales de la década de los sesenta. Dos mujeres se asoman al balcón de un piso durante una fiesta nocturna. Una de ellas se llama Jane Hollander y trabaja como asistenta en una revista donde no dejan escribir a las mujeres. Acaba de decidir que su plan ya no es casarse y dejar de trabajar para formar una familia.

"¡Soy una mujer de carrera! ¡Adoro mi trabajo!", grita sin complejos.

La escena pertenece a la serie ´Good Girls Revolt´ y refleja muy bien cómo las normas sociales determinan las aspiraciones de las mujeres. Es también un buen ejemplo de las variaciones de la receta de la felicidad que han ido probando las diferentes generaciones.

  • Grupo 1. Familia y carrera
  • Grupo 2. Trabajo y luego familia
  • Grupo 3. Familia y luego trabajo
  • Grupo 4. Carrera y luego familia
  • Grupo 5. Carrera y familia.

Cada una de estas versiones coincide con cinco cohortes de mujeres en el tiempo y arranca a principios del siglo XX. Goldin sostiene que esta división la marcan los propios datos de matrimonios, divorcios, número de hijos, edad de la madre, mujeres con educación superior, situación del empleo... Pero no fueron las únicas variables que evolucionaron.

La perspectiva de la autora cubre otras paradas, como la tecnológica. Inventos como las neveras, aspiradoras y lavadoras liberaron a las amas de casa de tiempo para plantearse hacer otras cosas. Esta automatización de las tareas domésticas ayudó a la revolución de las mujeres.

El mercado laboral también contribuyó a la causa cuando disparó la demanda de trabajadores en puestos de oficina, un lugar perfecto para la entrada de la mujer. Los maridos y las comunidades dejaron de ver mal que una esposa trabajara. También, con algo más de tiempo, se superó la idea de que una madre iba a traumatizar a su bebé si no estaba con él en casa.

La regulación también tuvo que adaptarse, aunque a veces fuera arrastrando los pies. El libro está lleno de casos que suenan escandalosos hoy en día. Sirva de ejemplo el comunicado de IBM. Año 1951: "Con efectos inmediatos y hasta nuevo aviso: 1) No se pedirá la dimisión a las empleadas cuando se casen. 2) La empresa considerará contratar a mujeres casadas para cubrir sus vacantes". Era otro marco mental el que había normalizado situaciones como éstas.

En la década de los sesenta las mujeres se lanzaron a la calle para exigir igualdad. No obstante, el gran salto, como defiende Goldin, llegó con una revolución mucho más silenciosa. Venía armada con un avance científico.

El arma secreta: la píldora

La píldora anticonceptiva aportó la parte de liberación por la que las mujeres clamaban en los años sesenta, según la autora. Fue el arma secreta del Grupo 4. Las derivadas económicas y sociales fueron inmensas. Poder planificar los embarazos permitió a las mujeres plantearse estudiar carreras que requerían de una gran inversión de tiempo y dinero.

Derecho, medicina, finanzas, profesoras de universidad... El objetivo era conseguir una profesión plena y bien remunerada que se extendiera a lo largo de la vida. Esta es la generación que más tiempo permaneció activa en el empleo. Gracias a la píldora la receta del éxito se reescribió:

"Deja el matrimonio a un lado, por ahora. Añade dosis de educación superior. Mézclalo con una trayectoria profesional. Deja que crezca durante una década y vive tu vida plenamente. Forma la familia más tarde".

Unas madres pudieron compaginar la crianza de sus bebés gracias a sus trabajos bien pagados. A otras nadie les avisó de que el reloj biológico tenía sus tiempos y que no podían retrasar la maternidad sin consecuencias.

Pero incluso el arma secreta tuvo que lidiar con la regulación. "La píldora solo se receta a las mujeres casadas, precisamente a las que no quieren tener sexo", bromeaba la protagonista de Mrs. Maisel. "No me digan que la Agencia del Medicamento no tiene sentido del humor". En realidad, era la legislación de cada Estado la que imponía esa barrera. Eso también cambió y la píldora se hizo accesible a todas las mujeres.

Las que pertenecemos al Grupo 5 hemos recogido las lecciones del pasado y aspiramos a tenerlo todo: carrera y familia. A pesar de los avances vistos en perspectiva, en cierta manera, existe una sensación de fracaso. Algunas hablan incluso de una revolución fallida. ¿Por qué? Un último obstáculo impide alcanzar la equidad con el hombre: la brecha salarial es solo el síntoma.

Nuevo problema sin nombre

En 1963, la psicóloga Betty Friedan escribió sobre cómo las madres con educación estaban frustradas por quedarse en casa a cuidar de sus familias. "Su problema no tenía nombre", argumentaba esta líder feminista.

Seis décadas después las mujeres tienen más formación que los hombres en muchos países, se plantean trayectorias profesionales, pero existe una brecha salarial. Tienen un nuevo problema sin nombre.

"Hay que profundizar en la causa de esas diferencias y darle al problema un nombre más preciso: se llama trabajo avaricioso". Avaricioso es una traducción algo literal. Goldin se refiere a los empleos que requieren entera disposición y un trabajador flexible con su tiempo.

"El obstáculo que siempre había estado ahí se ha hecho cristalino. La barrera es el límite del tiempo. La raíz del problema que impide la equidad en una serie de profesiones y carreras tiene menos que ver con la discriminación en el mercado laboral y todo que ver con el tiempo. Y el culpable es la propia estructura del trabajo". Una organización, una división de responsabilidades que recuerda a la "edad media".

Las mujeres renuncian a esos empleos "avariciosos" en una fecha muy concreta: el día que nace el primer hijo. "Los niños requieren tiempo, las carreras requieren tiempo. El tiempo con los hijos es tiempo que no se pasa con los clientes".

La desigualdad salarial que vemos tiene mucho que ver con normas sociales que hacen que sean ellas las que prefieran elegir trabajos con horarios más predecibles. Los hombres valoran menos esa flexibilidad. Y la brecha tiene también que ver con cómo se reparten el tiempo las parejas en casa.

"La clave es que la igualdad entre hombres y mujeres y la equidad en la pareja son dos caras de la misma moneda", concluye Goldin.

El viaje que nos ofrece Goldin brinda vistas amplias, reflexiones, inspiración y reconexión con las que se subieron a este tren del empleo en las paradas anteriores.

"¿Las buenas noticias? No eres tú, es el sistema. La mala noticia: no eres tú, es el sistema." Hay que decírselo al Grupo 6.

Rebeca Gimeno, economista y periodista en Noticias Cuatro