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El día después: globalizacion pautada

Octubre de 2020 Una globalización más limitada, más lenta en el mejor de los casos, es otra de las consecuencias más explícitas que ha dejado la pandemia.

Seguimos pasando revista a las huellas que dejará la crisis originada por la pandemia, a las consecuencias con mayores probabilidades de arraigar en el sistema económico global. En entregas anteriores hemos visto el papel de las administraciones públicas en la gestión de las crisis, de la actividad económica, la mayor atención al cuidado medioambiental y el enquistamiento de niveles elevadísimos de endeudamiento público y privado que habrá que sortear durante bastantes años. Ahora quiero llamar la atención sobre la ralentización de la dinámica de globalización, sobre el control del alcance de las perturbaciones que están condicionando su evolución.

También forma parte de las tendencias observadas desde años antes, de la que di cuenta en el libro Excesos. La crisis de 2008 provocó una inflexión muy clara en los flujos de capitales internacionales en todas sus categorías, pero también en el volumen de comercio internacional. Se interrumpieron esas tasas de expansión de los intercambios internacionales de bienes que duplicaron ampliamente las del crecimiento económico global durante bastantes años. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump acentuó la contracción del comercio a través de incrementos arancelarios, de la generación de tensiones comerciales con distintos países, en particular China, pero también de la desautorización de las instituciones multilaterales, en particular de la Organización Mundial de Comercio (OMC), con el consiguiente enrarecimiento y generación de incertidumbre al respecto. No menos relevante en esa dirección de reversión de la dinámica de integración global fue la adopción de políticas tendentes a la repatriación de inversiones estadounidense en el exterior, de una vuelta a casa incentivada con beneficios fiscales a las empresas multinacionales que relocalizaran en territorio americano inversiones directas en el exterior.

Todas esas decisiones cuestionaban la tendencia dominante hasta entonces de distribución de los procesos de producción entre diversos países, atendiendo únicamente a la optimización de estos, a través de la extensión de las cadenas de valor trasfronterizas. No se trataba solo del tradicionalmente más internacionalizado sector del automóvil. La guerra fría tecnológica, las tensiones en torno a empresas digitales entre EEUUU y China acentuaron también esas amenazas de reversión de la integración en la producción internacional de los sectores más dinámicos en torno a las tecnologías digitales.

La emergencia de la epidemia y la más pronunciada y sincrónica recesión económica de la historia demostraría el alcance de la globalización, de la facilidad de los contagios, el vírico y el económico, en un espacio cada vez más permeable. La inmovilidad inicial en algunas provincias chinas ilustró aún más si cabe la interdependencia global. Colapsaron muchas cadenas de valor transfronterizas que tenían centros de producción en esas provincias. El transporte marítimo se hundió y con él la actividad portuaria. Y a ello siguió en los cuarteles generales de algunas multinacionales un cuestionamiento sobre la continuidad de esa descentralización productiva. La dependencia del resto del mundo ha pasado a revisarse estratégicamente en muchos sectores empresariales.

Ese cuestionamiento no significa necesariamente que vayamos a asistir a una gran reversión de la dinámica de globalización, sino que el análisis coste-beneficio de las decisiones de diversificación internacional de la producción pasa a incorporar algunos factores nuevos como los que ha revelado la pandemia. Junto a la distinta atención sanitaria de los países, uno de los más importantes es la radical reducción de la movilidad física. Pero su contrapartida, el aumento de la interacción y comunicación telemática, ya forma parte de las oportunidades que ha deparado. Y es que es verdad que en estos meses de confinamiento la digitalización en su acepción más amplia, desde la disposición de infraestructuras digitales hasta la popularización del uso de las de carácter comunicativo, han acelerado su expansión, su extensión entre segmentos de población. Han acentuado su carácter multipropósito de forma muy destacada.

Por tanto, no es arriesgado afirmar que la tecnología seguirá favoreciendo la globalización. Desde luego la comunicación, pero también los intercambios, desde culturales a los servicios. El crecimiento del comercio electrónico transnacional es significativo. Esa misma extensión de las tecnologías digitales tendrá efectos, desde luego a corto y medio plazo sobre el transporte internacional de personas, en la medida en que se han verificado las ganancias de eficiencia asociadas a la comunicación telemática. De la misma forma que las distintas modalidades de trabajo remoto irán avanzando; no hasta desplazar el trabajo presencial, pero quizás para hacer ambos mucho más compatibles que hasta ahora. Desde luego en empresas multinacionales con centros en distintos países. También la movilidad internacional de estudiantes se verá influida por ese uso ahora intensivo de la enseñanza virtual. No desaparecerán ni mucho menos los atractivos de algunos campus universitarios, pero sí acentuarán su despliegue tecnológico para llegar a esa demanda ya no tan dormida como la asociada a la enseñanza a distancia, no presencial.

Lo que la pandemia no ha alterado son las tentaciones introspectivas, proteccionistas de algunos países. Mucho me temo que esas tensiones propias de una guerra fría de nuevo cuño sigan vigentes. La confrontación entre China y EE. UU. no desaparecerá, incluso si en la Casa Blanca ya no está Donald Trump a partir de noviembre. La desconfianza no se ha reducido precisamente tras la pandemia. El origen del virus y la desigual información sobre la gestión de la crisis no han reducido la desconfianza previa entre ambos países. De hecho, los demócratas, en lo esencial, no están muy distanciados de los republicanos, aunque sus modales sean distintos y, desde luego, el respeto a las instituciones multilaterales sea mayor.

Este último aspecto es central. La globalización podrá ralentizarse, pero para que no se convierta en una fuente de conflictos es esencial que se restablezcan las reglas y la autoridad de las instituciones multilaterales. Empezando por la OMC, pero siguiendo por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), esencial ahora y en el futuro.

Si la dinámica de integración internación no solo se reduce, sino que va acompañada de tensiones nacionalistas, las decisiones de las empresas multinacionales se verán condicionadas, los flujos de inversión extranjera directa se contraerán y también con ellos las ventajas asociadas a la competencia global en la producción de bienes y servicios. Los precios de bienes y servicios serán mayores. El consumidor volverá a sufrir las consecuencias.

Con todo, tampoco deberíamos descartar un escenario que hiciera de la necesidad virtud y «reseteara» la dinámica de globalización eliminado excesos y amenazas, pero al mismo tiempo aprovechara las ventajas de los intercambios internacionales de todo tipo, culturales, económicos, financieros y educativos. A tiempo estamos.

Emilio Ontiveros es presidente de Afi y catedrático emérito de la UAM