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Mitos y falacias VII: el dinero viene de "las Indias"

Septiembre de 2022

En el siglo XVI el dinero venía de las Indias. Era tal su abundancia y el uso que se le daba que el gran Quevedo escribió (se cree que en 1603) un poema cuyo título, si es que lo llegara a tener de mano de su creador (cuestión debatida), es "Poderoso Caballero / Es Don Dinero". Dice así esta soberbia letrilla, en su segunda estrofa, todas ellas compuestas por ocho versos octosílabos, excepto el último que tiene cinco (transcripción literal del original):

Nace en las Indias honrado, / Donde el mundo le acompaña; / viene a morir en Efpaña / Y es en Genoua enterrado: / Y pues quien le trae al lado / Es hermofo, aunque fea fiero, / Poderoso caballero. / Es don Dinero.

Recomiendo vivísimamente la lectura completa de esta letrilla quevedesca, pues no encontrará el lector mejor descripción de la sociedad española de un siglo clave en la historia de España. Un siglo de altura sideral en lo artístico y peor que malo en lo económico.

El caso es que los versos primero, tercero y cuarto dan la mejor síntesis que, con alguna licencia poética, puede hacerse del giro del dinero en aquella época en España. Nacía la plata en el lejano y mítico Cerro Rico del Potosí (actual Bolivia y Virreinato del Perú entonces) y moría en la misma España, donde pagaba las deudas imperiales contraídas con los banqueros... genoveses. Descubiertas las vetas en 1545, su explotación en firme comenzó en 1550 y a un ritmo frenético, no obstante, alcanzó su cénit en 1650. Los envíos a Europa eran tan enormes que alteraron profundamente la economía hispana y europea, llegando la influencia de estos flujos hasta la China durante la época colonial.

El Cerro Rico comenzó a agotarse en 1650. Para entonces, ya se sabía bien qué efectos tenía la abundancia de metales preciosos con los que se acuñaba moneda cuando la economía no era lo suficientemente productiva. Esta masa de dinero se empleaba mayoritariamente en pagar deudas y construir edificios suntuarios como el Archivo de Indias y la catedral de Cádiz.

Hay quien cree todavía que el dinero viene de las Indias. O, en su versión actual, que los bancos centrales pueden crear el dinero que les venga en gana para financiar el déficit del gobierno sin que ello tenga consecuencias y que esta capacidad debe utilizarse para afrontar situaciones como las que estamos viviendo desde la gran recesión de 2009.

La Modern Monetary Theory (MMT) es un mito económico en alza. Afortunadamente, no es este un mito universalmente compartido, desde luego por los economistas mainstream. Ni mucho menos. Pero, desde hace treinta años, cuando se propuso por los economistas Bill Mitchell, Warren Mosler y L. Randall Wray, ha crecido su popularidad entre algunos divulgadores y políticos de orientaciones ideológicas variadas de tinte populista. Cada vez más personas que no han oído hablar sobre la MMT comparten con quienes la apoyan la idea de que los gobiernos pueden imprimir dinero sin consecuencias. Muchas otras, que lo desconocen casi todo sobre la creación de dinero en una economía moderna, intuyen, sin embargo, que sería una catástrofe que un gobierno irresponsable imprimiese el dinero que quisiera para cancelar deuda o para afrontar gastos excesivos sin la tutela de un banco central.

Uno de los factores que más ha contribuido a la popularización de la MMT ha sido la generalización de los programas de compra de activos puestos en marcha por los bancos centrales tras la caída de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008. Efectivamente, contra su práctica ordinaria de manejo cuidadoso de la creación de dinero por parte de los bancos centrales, estos empezaron a comprar todo tipo de deuda pública y corporativa en cantidades descomunales creando la liquidez necesaria. Ello, evitó el colapso de la actividad económica y no creó inflación a pesar de que los tipos de interés nominales de las operaciones a corto y medio plazo pasaron a ser negativos. Situación que se ha mantenido hasta hace poco.

Aunque se han levantado ahora algunas voces (espurias, en mi opinión) que achacan la inflación actual a la riada de liquidez de todos estos años, reivindicando aquello de "ya lo habíamos advertido", ha cundido la sensación de que los gobiernos pueden endeudarse en la moneda que ellos mismos controlan, pagar esta deuda emitiendo esa misma moneda en las cantidades necesarias y salir tan ternes de esta operación sin tener que sufrir depreciaciones de su moneda ni inflación doméstica. Porque esto es lo que proponen los modernos teóricos monetarios.

Desde mucho antes del siglo XVII se ha manipulado la moneda (porque se había abusado previamente de la deuda) y el resultado siempre ha sido el mismo: desigualdad, estancamiento y, eventualmente, colapso de imperios y civilizaciones. La moneda es una unidad de cuenta y, especialmente, un medio de pago y no suele comerse ni beberse ni fumarse. Aunque en épocas históricas y contextos singulares se hayan utilizado como moneda la sal, la cerveza o el tabaco, a nadie se le escapa que estos bienes son monedas muy imperfectas. Como lo fueron también las conchas marinas en el Neolítico y los metales preciosos usados desde la antigüedad hasta la segunda mitad del siglo XX (vía la convertibilidad del dólar). La moneda es también depósito de valor. Por todas estas características, su control es crucial para que no se desbaraten los equilibrios reales (productivos, de oferta y demanda de bienes y servicios) y financieros (activos, ahorro) como consecuencia de oscilaciones indeseadas de la cantidad y el valor del dinero.

Pero esta característica solo cubre directamente al dinero base emitido por los bancos centrales, aunque, sin embargo, se extiende al resto del dinero o dinero bancario, creado por los bancos comerciales, supervisados por el banco central, en su giro de depósitos-créditos determinado por el coeficiente de reservas y la preferencia del público por la liquidez (que conforman el denominado multiplicador monetario).

Un control riguroso de este proceso es lo que se requiere, ahora y siempre, para evitar el colapso de la sociedad, y no la fantasía de que un gobierno puede endeudarse sin límite y sin consecuencias siempre que lo haga en la misma moneda sobre la que tiene la potestad de emisión a su capricho.

José Antonio Herce es socio de LoRIS