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Mitos y falacias

Diciembre de 2021 La economía está atiborrada de mitos y falacias, algo que también le sucede al resto de las manifestaciones del comportamiento individual y social y de las disciplinas científicas que las estudian.

Coloquialmente, entendemos por "economía" aquella parte de la vida individual y social que tiene que ver con las actividades productivas, de distribución y de uso o consumo de bienes y servicios. Comúnmente, junto a las anteriores, tomamos las actividades financieras, asociadas o no a las actividades económicas mencionadas, como parte de la economía. Por fin, también utilizamos la expresión "economía" para referirnos a la disciplina científica que estudia las actividades económicas.

Pues bien, la economía, en la amplia acepción que acabo de explicar, está plagada de mitos, muchos de los cuales son bastante resistentes al paso del tiempo y al esfuerzo de los economistas. O quizá lo son gracias al esfuerzo de algunos economistas.

Un mito, en su acepción vulgar, es una creencia o una idea ampliamente compartida, que sin embargo es falsa. Más noblemente, se habla de "mitos fundacionales", para referirnos a historias ancestrales sobre el origen de los diferentes grupos humanos, razas o civilizaciones en las que se mezclan sucesos o seres sobrenaturales.

Una falacia es, sin paliativos, un argumento que parece verdadero pero que es falso o se fundamenta en razonamientos falsos o ilógicos. Argumento que, a veces, se expresa también con el deseo de engañar o, más frecuentemente, a sabiendas de su falsedad, con el afán de abusar dialécticamente o de otra manera del interlocutor.

Los mitos son muy persistentes. Solo los buenos claro. Porque el ser humano necesita orden en sus ideas y, antes de la emergencia de las ciencias, en sociedades estáticas, aquellos contribuían a generar cierto orden. La circuitería del cerebro humano, por otra parte, acoge mejor aquellos argumentos que encajan bien con concepciones previas fundadas o infundadas. Un buen mito tiene que contener un grado o, al menos, una apariencia de verosimilitud.

El conocimiento y el criterio para juzgar la realidad entre los seres humanos, por lo tanto, ha de avanzar encontrándose a menudo con obstáculos erigidos por la ignorancia, la pereza mental y la mala fe. Esta última, en particular, tuerce los mitos falazmente para aprovechar los sesgos perceptivos que todos tenemos, de serie, en nuestro cerebro cuando aquellos no han sido adecuadamente compensados por una educación relativamente siquiera moderadamente sofisticada.

La economía, como decía, está atiborrada de mitos y falacias, lo que también le sucede al resto de las manifestaciones del comportamiento individual y social y de las disciplinas científicas que las estudian.

Pero hay más mitos, relativos al dinero, el ahorro, el consumo, la racionalidad de los agentes económicos, el tamaño de las empresas, los autónomos, la pobreza o la desigualdad, o la hegemonía económica.

Hay tantos mitos y tal es, en mi opinión, la necesidad de hacerles frente que, de no hacerlo, en el marco del formidable avance de las fuerzas económicas, productivas y financieras, se corre el riesgo de ver a la sociedad resquebrajarse por líneas de fractura definidas por el acceso a una buena educación, al conocimiento, a un entorno familiar o a un círculo social de cierta calidad de vida material e intelectual, o a instituciones que se ocupen de todos los ciudadanos sin distingos y con suficientes recursos para favorecer su socialización.

Creo que tengo bastante trabajo con este tema y la cosa no ha hecho sino empezar. Bienvenidos pues a la serie "Mitos" con la que inauguro en 2022 la sección Homo oeconomicus de Empresa Global.

José Antonio Herce es socio de LoRIS