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Alimentar a un mundo hambriento

Marzo de 2021 Si los países donantes gastaran 14.000 millones de dólares adicionales al año en ayuda alimentaria y nutricional hasta 2030, doblando lo que están gastando ahora, 500 millones de personas podrían escapar del hambre

Los mercados de alimentos continúan enfrentándose a muchas incertidumbres, incluidas las débiles perspectivas de crecimiento, la inestabilidad de los mercados de energía y divisas, un calamitoso resurgimiento de la peste porcina africana y un brote catastrófico de langosta en Ãfrica y Asia.

Aun así,

Ese dinero permitiría financiar una combinación de intervenciones de bajo costo y alto impacto directamente relacionadas con distintos aceleradores, es decir, el I+D+i agroalimentario, asistencia técnica, sistemas digitales de información, difusión del riego a pequeña escala en Ãfrica, alfabetización femenina e intensificación de los programas de protección social y de comercio.

Persisten muchas tensiones comerciales en distintas regiones del planeta y a su vez un enorme potencial para el comercio intrarregional. Los países importadores netos como muchos de los países del Ãfrica, Asia y Centro América, resulta evidente la necesidad de garantizar el acceso de los productores a los mercados para incrementar su resiliencia y asimismo eliminar las barreras al comercio intrarregional y mundial de tal forma de incrementar sus opciones de acceso a alimentos. Por otro lado, los países exportadores de alimentos, como Perú, Brasil, Argentina, Chile podrán mitigar las pérdidas de ingresos de los agricultores dándoles mayor acceso a mercados regionales y mundiales, pero esto también requiere mejorar los estándares y la salubridad alimentaria de tal forma de reducir las barreras no arancelarias.

El primer paso para ello será mejorar las infraestructuras que facilitan el acceso a los mercados, invertir en tecnología, y en particular, en las instalaciones de almacenamiento, para reducir la pérdida de alimentos, aumentar la productividad, así como la capacidad de los agricultores de hacer frente a la volatilidad de los precios y a otros elementos de incertidumbre.

La robótica y el bigdata ya se encuentran integrados en la agricultura para seguir el ritmo de la demanda de alimentos y la pandemia ha aumentado la automatización de manera generalizada. La tecnología puede ser una fuerte palanca para el desarrollo, siempre y cuando los Gobiernos trabajen para garantizar que toda la sociedad se beneficie de ella. Esto significa que ha de ser asequible, requiriendo un fortalecimiento de los programas de formación, para minimizar la desigualdad. De hecho, la agricultura digital puede ayudar a crear empleos con salarios dignos en las zonas rurales, empoderando a las mujeres y los jóvenes, que están soportado la peor parte del impacto de la crisis económica, y facilitando en consecuencia el relevo generacional en el sector agroalimentario y pesquero y con ello manteniendo la vitalidad socioeconómica de amplias áreas rurales del mundo. Pero esto requiere invertir en las capacidades del capital humano para que esté preparado a esta nueva demanda laboral.

Existe, además, un consenso generalizado sobre la importancia del gasto público. Es fundamental velar por que los escasos recursos se inviertan en aquellas esferas en las que los beneficios sean mayores, como la I+D+i, un gasto con un alto rendimiento que, a pesar de ello, tiende a estar muy poco financiado.

En muchos países asistimos, en particular, a un funcionamiento muy deficiente de los mercados crediticios, por lo que en muchos casos los operadores de la cadena de suministro de alimentos no tienen acceso a los recursos financieros necesarios para invertir en la reducción de la pérdida de alimentos u otra tecnología de mejora de la productividad, en especial si esto acarrea importantes gastos iniciales.

Se precisa, finalmente, una mayor investigación para respaldar políticas que permitan garantizar dietas asequibles y saludables y, al mismo tiempo, abordar también las consideraciones de sostenibilidad y costes sanitarios que podrían ahorrarse gracias a estas.

Máximo Torero es Economista Jefe de FAO