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Coronavirus, producción y comercio

Marzo de 2020 China seguirá transformándose a sí misma y al mundo, pero en el futuro seguramente de una manera más conducente a una economía global equilibrada

Si nada lo remedia, la segunda economía del mundo podría sufrir una desaceleración, al menos temporalmente. A las dificultades e incertidumbres originadas por la guerra comercial ahora se suma una emergencia de salud pública de gran envergadura y consecuencias desconocidas. El coronavirus nos recuerda la fragilidad del ser humano, sobre todo en un mundo interconectado como el nuestro. Las implicaciones para las decisiones de localización de la producción y para el comercio internacional ya se han dejado sentir. Incluso se rumorea que Apple va a retrasar el lanzamiento de su nuevo iPhone, un producto que se ensambla exclusivamente en China.

El terremoto y tsunami de Japón en 2011 nos dio un aviso importante. Las cadenas de valor globales exponen a las empresas a riesgos ingentes. En aquella ocasión el Producto Interior Bruto japonés creció 1,5 puntos menos debido a la catástrofe. Pero, además, factorías de todo el mundo se encontraron escasas de componentes y piezas fabricadas en Japón. Lo mismo puede ocurrir ahora con China, sobre todo en los sectores electrónico y del automóvil. No cabe duda de que las empresas van a repensar sus estrategias de suministro y producción para reducir este tipo de riesgos.

La guerra comercial con Estados Unidos y las consecuencias imprevisibles del coronavirus han llevado a numerosas empresas a trasladar actividades fuera de China. Los mayores beneficiarios han sido Taiwán, Vietnam, México e incluso algunos países de la Unión Europea. Este proceso ya se venía produciendo debido al aumento de los costes salariales en China y la posible apreciación de su moneda a largo plazo.

La principal consecuencia de estos acontecimientos será una transformación de la economía china más rápida de lo previsto. En primer lugar, la continuada caída de la natalidad reducirá su tasa de ahorro en favor de un mayor consumo interno, algo que contribuirá a un descenso paulatino del superávit comercial. En segundo lugar, las decisiones de las empresas que hoy en día producen en China o se proveen de China crearán un incentivo aún mayor para una reasignación de recursos de la manufactura hacia los servicios. En ambos casos, el efecto para el resto del mundo será beneficioso. pero en el futuro seguramente de una manera más conducente a una economía global equilibrada.

La gran pregunta es qué papel jugará Estados Unidos en un escenario en el que China sea una economía más desarrollada, menos dependiente del sector exterior, y más orientada hacia los servicios. La primera economía del mundo podría perder su mayor ventaja competitiva, la tecnológica. Además, el tamaño del mercado chino permitirá a sus empresas digitales disfrutar de economías de escala y efectos red mucho mayores que los que resultan posibles en el mercado norteamericano. Los próximos diez años serán decisivos a la hora de dilucidar la estructura de la economía global en el siglo XXI.

Mauro F. Guillén es catedrático de Dirección Internacional de la Empresa en la Wharton School, así como miembro del Consejo Académico de Afi Escuela de Finanzas