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Laponia VI: ciudades sin funciones

Septiembre de 2019 La despoblación de una ciudad intermedia esconde un deterioro funcional más grave de lo que los flujos poblacionales reflejan necesariamente y, por lo tanto, un deterioro acrecentado de la calidad de los empleos y la vida de sus habitantes.

La despoblación de buena parte del mundo rural es preocupante, de una escala enorme. Pero la consciencia del problema y la consiguiente alarma social está logrando que, en muy diversas dimensiones y escalas, se estén desarrollando desde hace tiempo soluciones, especialmente desde abajo. Miles de agentes y pequeños colectivos, con ayuda o sin ella, con implicación institucional o sin ella, están ya manos a la obra, al pie de casi cada uno de los pueblos, aldeas y pedanías de la ultraperiferia demográfica española. Cientos de miles de ciudadanos en los pueblos y cabeceras comarcales de esta geografía asisten en directo y apoyan de una u otra manera estos esfuerzos, mientras muchos millones (en las encuestas, claro, para lo que valgan) se dicen preocupados por el fenómeno de la despoblación. Ya veremos.

Pero las ciudades de entre 50 mil y 150 mil habitantes, a las que podríamos denominar ciudades intermedias, muchas de ellas capitales de provincia y/o importantes cabeceras comarcales, están registrando un solapamiento de procesos que merece la pena deslindar porque algunos muestran una cara poco conocida, pero no menos preocupante: el de la despoblación que, en este caso, afecta a la esfera propiamente urbana.

Según el INE, en 2018 había exactamente 102 municipios de entre 50 mil y 150 mil habitantes. De estos, entre 2016 y 2018, una tercera parte habían perdido población, cuando entre 2000 y 2016 tan solo poco más de una décima parte habían registrado un descenso poblacional. Esos 102 municipios concentraban en 2018 unos 8,22 millones de habitantes, cuando en 2000 su población era de 6,68 millones, y en 2016 de 8,18 millones. Es decir, un crecimiento anual acumulativo del 1,27% entre 2000-2016 y cinco veces menor (del 0,25% al año) en 2016-2018. Estancamiento general en las ciudades intermedias en los últimos años frente a un dinamismo destacable en los precedentes del presente siglo, coincidiendo, es verdad, con el boom de la inmigración.

Y, destacable desde luego, dentro de esta categoría poblacional (entre 50 mil y 150 mil habitantes), el creciente número de capitales de provincia (Huelva, Salamanca, Lleida, León, Cádiz, Jaén, Ourense, Lugo, Palencia, Zamora, Ãvila, Cuenca, Segovia) y cabeceras de importantes comarcas (Reus, San Fernando, El Ejido, Talavera de la Reina, Torrevieja, Coslada, Avilés, Guetxo, Orihuela, Fuengirola, Gandía, Ferrol, Ponferrada, La Línea de la Concepción, Alcoy, Linares, San Bartolomé de Tirajana, Utrera, Elda, Torrelavega, Siero y Mollét del Vallés) que han perdido población recientemente, como decía, un número tres veces mayor de las que lo habían hecho hasta 2016 en los quince años precedentes.

Si las ciudades intermedias consolidan patrones de despoblación es pronto para decirlo; pero convendría seguir este fenómeno con mucha atención. Ello puede suceder por razones que, de una u otra manera, arraigan en la pérdida de funcionalidad y más concretamente, la obsolescencia de algún tipo de especialización que hasta entonces ha venido caracterizando a cada población.

Si bien, en el caso de los pequeños municipios que por miles vienen languideciendo desde hace décadas en nuestro país, la pérdida de funcionalidad ha sido común y generalizada (la transición hacia una economía moderna y urbana), en el caso de las ciudades intermedias pueden identificarse muchos patrones, siempre bajo un común denominador, eso sí, orbitando alrededor de la funcionalidad antes mencionada.

Entre las docenas de ciudades intermedias que están experimentando una despoblación incipiente se identifican claramente aquellas que (i) hace lustros han perdido sus especializaciones productivas, como El Ferrol, Avilés o San Fernando y Cádiz, (ii) las que, a pesar de estar en el corazón de la dinámica cadena del turismo, por una u otra razón, no han podido mantener el crecimiento medio de las restantes en este segmento productivo, como Torrevieja, Fuengirola, Gandía o Torrelavega o (iii) las capitales provinciales interiores insertas en el corazón de la ultraperiferia demográfica española, como León, Ourense, Lugo, Palencia, Zamora, Ãvila, Cuenca o Segovia (sin olvidarse de Soria o Teruel, con, respectivamente, 39.112 y 35.691 habitantes en 2018 y poblaciones estancadas).

Mientras en otros países, como en los EE.UU., la despoblación repentina de grandes ciudades es un fenómeno relativamente frecuente (Detroit), si bien fruto de la gran movilidad laboral y poblacional dentro de un fuerte dinamismo demográfico, y ciertamente era la norma general en épocas pasadas. Hoy, en países como España, en los que la movilidad de la población es escasa, la despoblación de una ciudad intermedia esconde un deterioro funcional más grave de lo que los flujos poblacionales reflejan necesariamente y, por lo tanto, un deterioro acrecentado de la calidad de los empleos y la vida de sus habitantes.

Habrá que estar atentos, y más que eso, si queremos evitar que aparezca una nueva geografía de la precariedad sociodemográfica en esta franja urbana. Al tiempo que seguimos debatiendo cómo luchar contra la que ya constatamos en Laponia.

José Antonio Herce es Director asociado de Afi