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Laponia I: pueblos, pobladores y despobladores

Febrero de 2019 Inauguro, con el título de «Laponia», una serie de tribunas dedicadas a lo que Sergio del Molino, con impactante elocuencia, ha llamado la «España Vacía».

El éxodo rural de la segunda mitad del s. XX creó en España un profundo desgarro cuya cicatriz evoca todavía en muchas personas una mezcla de dolor y rabia. En las más, evoca indiferencia no exenta de alguna variante del menosprecio y tan solo en algunas personas, por sus consecuencias últimas, en un contexto muy diferente hoy, casi medio siglo después, evoca verdadera alarma.

Inauguro, con el título de «Laponia», una serie de tribunas dedicadas a lo que Sergio del Molino, con impactante elocuencia, ha llamado la «España Vacía». Lo que otros denominamos también la «ultraperiferia demográfica española». Lo que, en definitiva, es un territorio enorme que se vacía de pobladores, congela su funcionalidad y queda expuesto a la degradación, a pasos de gigante.

Laponia, como todos saben, es una región finlandesa de casi 100 mil kilómetros cuadrados y unos 180 mil habitantes, apenas 2 habitantes por kilómetro cuadrado. Comparte denominación con regiones contiguas en Suecia, Noruega y Rusia, tan grandes como ella e, incluso, menos pobladas.

Laponia, en el imaginario geográfico de la opinión pública, es el paradigma del despoblamiento del territorio, con todo lo que ello conlleva en términos de abandono y pérdida.

Miles de pueblos españoles, con menos de mil habitantes (por poner un límite arbitrario a la ultraperiferia demográfica), están perdiendo población por muy diversas causas, pero con un denominador común: la progresiva desaparición de oportunidades para conducir una vida «normal» plena de actividad, relaciones y acceso al bienestar urbano, como la que llevan los habitantes de las cabeceras comarcales, provinciales o grandes ciudades del resto de España.

Pero sus habitantes, aunque a veces no se quiera ver así, son iguales que los de los demás territorios. Aspiran, disfrutan y sufren por los mismos motivos que los demás. Simplemente, exhiben una enorme dosis de paciencia e ingenio, la misma paciencia y el mismo ingenio para seguir adelante, en condiciones mucho peores que los demás, que cualquier otro exhibiría en sus condiciones.

Los pueblos pequeños son especiales. Carecen de escala para una concentración eficaz y eficiente de los múltiples servicios que facilitarían la vida de sus pobladores. Muchos de estos servicios son absolutamente necesarios porque afectan a la salud, la educación y la relación social de los habitantes de Laponia. Su abastecimiento a la población conlleva costes y muchas veces es problemático por razones puramente de materialidad logística, no solo por su coste, cuando dicha materialidad puede vencerse a un coste.

Los pobladores de Laponia también son especiales, porque logran permanecer contra viento y marea, por pura convicción, no digamos si son «repobladores». Y todos encuentran en la convicción la fuerza que los lleva a tratar de evitar la catástrofe. Todos ellos son gente seleccionada por un darwinismo extraño, contra natura, que, incluso, los lleva a la extinción.

Y, por fin, están los «despobladores». Estos son a menudo seres inmateriales, que anidan en los pliegues perceptivos de los pobladores, en forma de un pesimismo que destila admoniciones que estos lanzan a los que quieren instalarse en Laponia: «te vas a estrellar». Más extraño todavía, y contradictorio con el afán de permanecer que los establecidos tienen.

Pero los despobladores por excelencia, los elementos que expulsan a los moradores de los pueblos, y que disuaden a los repobladores de acercarse a ellos, son las políticas equivocadas, incluidas las políticas que nunca se acaban de programar, o las que solo buscan votos en páramos electorales. No digamos las que apuntalan prácticas que, ya en su día, causaron la despoblación.

Los escasos jóvenes que viven en Laponia se quedarían en sus pueblos, solo si tuvieran garantizado el acceso a otros jóvenes, a locales de ocio... y movilidad.

Si hubiera movilidad, los jóvenes de Laponia accederían a los servicios educativos, los mayores a los servicios sanitarios, los adultos a los lugares de trabajo. La movilidad haría que los habitantes de Laponia accedieran a los servicios de todo tipo en menor tiempo que los de las ciudades, porque, les aseguro, las dotaciones e infraestructuras de servicios (desde luego por cada mil habitantes, por ejemplo) no faltan en Laponia o a unas pocas decenas de kilómetros de sus imprecisas fronteras.

Porque Laponia carece de fronteras definidas. Es un territorio disforme y segmentado, que está cerca de las urbes, pero a una enorme distancia demográfica de estas, a la vez.

Saben por dónde voy, ¿no? Banda ancha, aplicaciones, dispositivos, movilidad colaborativa, bancos de horas, drones, sensores, creadores, sostenibilidad, autosuficiencia... de eso hablaremos. Y de Laponia.

José Antonio Herce es Director asociado de Afi