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Robots IX: la humanidad post-humana

Octubre de 2017 «Pasará tiempo desde que las primeras maravillas que la
Inteligencia Artificial nos tiene reservadas se hagan accesibles para todos»


Durante la celebración del Mobile World Congress (MWC) de Barcelona el pasado febrero pasado, el CEO de SoftBank, Masayoshi Son, predijo que la Inteligencia Artificial (en sus siglas en inglés) superará a la humana en 2047. El cruce de esta frontera se conoce como el momento de la singularidad. Estaríamos pues a 30 años de ese momento.

Pues bien, si los 30 años de distancia que en febrero nos separaban del momento de la singularidad les parecen pocos años, agárrense. Porque, apenas un mes después de aquel evento, en el festival South by Southwest (SXSW) de Austin, Ray Kurzweil, uno de los fundadores de la Singularity University, predijo que la singularidad se daría en 2029... bueno, dentro de 12 años.

La humanidad confronta pues un reto de primera magnitud. Nadie discute que tal transición se dará en un momento u otro y, de hecho, en muchos aspectos, la AI ya viene superando capacidades humanas desde hace décadas. La acumulación de avances en esta materia llegará a producir una bifurcación decisiva, una singularidad que situará a nuestra especie, según dicen los expertos en esto, frente a la disyuntiva entre la extinción y la trascendencia.

Trascender, en este contexto, significa ir más allá de los límites que actualmente condicionan la expresión humana: capacidades muy por encima de las actuales, tanto para activar plenamente el potencial de nuestra mente como para potenciar la materialidad de nuestra capacidad física. Superhumanos. Si pudiéramos elegir, creo que muy pocos optarían por la extinción.

Futurismos aparte, más rápido que lento nos estamos acercando a algo parecido, aunque sea rudimentario. Vaticinan también los futurólogos que en 2029 nuestro cerebro estará conectado a la nube. Más vale que sea el de todos nosotros, si es que ese es el futuro, porque uno de los riesgos de toda disrupción tecnológica es la separación que operan las primeras oleadas entre los have y los have not, es decir, los que tienen y los que no tienen, los que se benefician y los que no pueden permitírselo.

El empoderamiento individual y colectivo que permite la digitalización ha de ser muy bienvenido, pero pasará tiempo desde que las primeras maravillas que la AI nos tiene reservadas se hagan accesibles para todos. Mientras tanto, puede agrandarse la divisoria entre los grupos sociales. El debate sobre los riesgos de la tecnología es amplio y continuo y mejor sería que, en vez de frenar el avance tecnológico, los responsables institucionales se asegurasen de que su rápido despliegue hará que el acceso a las promesas y las capacidades de la tecnología beneficien a cuantos más individuos mejor.

Es interesante el movimiento emergente por una «Inteligencia General Artificial» (AGI, en sus siglas en inglés), o AI abierta, promovido, entre otros, por Elon Musk, el CEO de Tesla. Este concepto expresa el deseo de una AI de escala universal y accesible a todos. La AI será premium al principio, pero deben hacerse todos los esfuerzos para que sea dirty-cheap.

Hace mucho tiempo que la humanidad logró generar mecanismos evolutivos basados en la cultura y no en la biología. Estos últimos requieren una escala temporal, justamente evolutiva, de millones de años, para expresarse en nuevas especies. Los mecanismos culturales son mucho más rápidos y solo requieren una escala histórica, de miles de años. Pues bien, los mecanismos evolutivos tecnológicos requieren décadas. Puede que los basados en la AI requieran solo años. La humanidad post-humana es una posibilidad a nuestro alcance, al parecer. Es nuestra obligación moral hacer que las consecuencias de la singularidad se desplieguen en beneficio de todos.

José Antonio Herce es director asociado de Afi